Ese no es un nombre…

A la salida de la iglesia, una niña de unos 5 años de edad se acercó a mi esposa y le preguntó su nombre. ¨Tere¨, le respondió ella con una sonrisa.

La niña, con una mezcla de incredulidad y desprecio, le respondió: ¨¿Tere? Ese no es un nombre¨. Mi esposa, sorprendida, pero siempre con su sonrisa, le preguntó por el suyo, a lo que ella, con mucho orgullo respondió: ¨Cielo¨.

La historia de Cielo me recuerda algo que a menudo vemos en nuestras consultorías en negociación, manejo de conflictos y procesos de cambios.

Los seres humanos muchas veces somos críticos de las acciones de los demás y, en ocasiones, hasta los hacemos culpables de los problemas que tenemos, sin detenernos por un instante a analizar cómo somos nosotros y qué hacemos.

En su inocencia, a Cielo no le pareció que Tere era un nombre adecuado, sin considerar (obviamente por su edad, pero también por costumbre) que Cielo tampoco es un nombre que sea muy común para una persona.

A menudo nos encontramos con empresas que tienen serios problemas en temas laborales. Cuando preguntamos a la empresa cuál creen ellos que es la razón del conflicto, generalmente responden que son los del sindicato pues son muy radicales e inflexibles.

Y cuando preguntamos al sindicato, la respuesta es que los de la empresa son muy cerrados y extremistas. Muchas veces, lo que criticamos del otro, es lo mismo que nosotros hacemos. Frecuentemente somos un reflejo del otro, y no nos gusta, ni queremos, darnos cuenta.

Lo mismo sucede en temas familiares, comerciales, diplomáticos, comunales, etc. Nos enfocamos en los errores y deficiencias de los demás. Buscamos demostrar cómo nosotros tenemos razón y ellos no. Asignamos rápidamente que la culpa es del otro.

Pero rara vez nos detenemos a pensar sobre nuestra actitud, nuestro comportamiento, nuestras acciones, y nuestras fallas. Y he allí que nos cuesta tanto resolver los conflictos. Nos pasamos mirando la paja en el ojo de nuestro prójimo, pero obviamos la viga que tenemos en el nuestro.

La próxima vez que tengamos un conflicto que resolver, en vez de creernos los buenos, puros e inmaculados, tratemos de ver cómo hemos contribuido al problema, de identificar nuestros errores, de entender el punto de vista del otro, de explicarle el nuestro, y seguramente veremos que no estamos libres de pecado, y que por lo tanto, no podemos lanzar la primera piedra.

Samuel Rodríguez
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May, 31, 2016

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